
TRAS
EL SEPULCRO DE LEZO
Con
este relato voy a narrarles una labor que comenzó gracias a una simple
casualidad y, ahora, acaba haciendo honor a uno de aquellos quienes, con
esfuerzo, valor y sangre, hicieron perdurar lo español; lo nuestro.
Años
atrás, ya les digo que por mero azar, cayó en mis manos el diario de un monje
jesuita a duras penas legible. Por medio de un erudito en la materia,
descubrimos que este guardaba un dato apasionante: con palabras que rozan el
desconsuelo, describe una noche, de un remoto mes de septiembre, en la cual dio
sepultura al mejor de sus amigos. Quizá, sabedor que algún día el difunto sería
reconocido como el héroe que fue, revela, con todo detalle, donde yacen los
restos de un marino guipuzcoano fallecido en Cartagena de Indias. El jesuita
cuenta las vicisitudes que sufrieron ocultando el cadáver. Desde las ocho de la
mañana, hora de la defunción, hasta que la oscuridad encubrió su entierro, la
amenaza de ser descubiertos por el virrey o por algún chivato de los ingleses
resultó agobiante.
Una
vez se supo de esta muerte, han sido muchos los interesados en hallar la
sepultura. La razón real no la sabemos. Seguramente, de conocerla,
entenderíamos el porqué de los bulos, lanzados por los mismos frailes acerca de
su paradero; el convento, la capilla, los mapas, cartas y demás son meras
distracciones. El diario muestra un rastro partiendo de la Torre del Reloj que
se adentra en la ciudad vieja; un baluarte desvela el verdadero emplazamiento y
entonces, este español, esforzado en perpetuar nuestra cultura, resurgirá del
olvido.
Pronto
partiremos y, de regreso, decidiremos si publicarlo; de las intenciones de
algunos de estos que tanto desean recuperarlo, al igual que los jesuitas de
entonces, no nos fiamos. Poco altruista vemos, entre los que quieren encontrarlo.
Antonio Pérez Praena
MADRID
(XIII Antología)
No hay comentarios:
Publicar un comentario