
CALEIDOSCOPIO
Se
pueden vivir versiones heroicas, románticas, reflexivas o personales del Camino
de Santiago, seguramente habrá tantas versiones como peregrinos.
Se
trata de andar caminos de tierra y asfalto, con geografías que enamoran la
mirada, colores fundidos en matices que pintan murales agrestes y urbanos, con
mochilas que pesan como penas, kilómetros que se cuentan en las suelas como
retos, entre atajos opacos y brillantes.
Enorme
encuentro de nacionalidades congregadas en bares que son paradas obligadas de
peregrinos de distintos idiomas, pero idéntico cansancio.
Sellos
en cartillas que son señales imborrables de haber estado allí, como aquellos
lugares que nos humedecen los ojos tan solo al recordarlos. Flechas amarillas
que guían como un GPS sin voz que paradójicamente nos hace más libres.
Albergues
que ofrecen acariciar reposos en las noches compartiendo cuartos y cenas con
otros perfectos desconocidos y enormes compañeros al llegar a destino. Sucede a
menudo entre humanos, los vínculos, por cotidianos, nos duermen en la rutina y
nos sorprenden en la aventura.
El
Camino también ofrece la posibilidad de ir al hueso con uno mismo, quedarse en
carne viva, sentir sin anestesiar, pensar sin corregir, iluminar oscuridades,
emocionarse sin pudor, oler rancio, vestir arrugado y, a pesar de todo, seguir.
El kilómetro a kilómetro duele y sana, pesa y reconforta, seduce y besa,
provoca y atrae, atraviesa la esencia del caminante. Ampollas que son como
silbatos de los tramos recorridos, rodillas que duelen, tobillos exigidos, un
manojo de personas que se ayudan con bastones, vendas y abrazos. Aventureros,
fieles, todos peregrinos que se reúnen en distintas rutas a «facer Españas» y
que con mucho o poco equipaje, se desean desde las entrañas: «¡Buen Camino!».
Licenciada Rosalía Granja
Seudónimo: Sentires
CIUDAD AUTÓNOMA DE BUENOS AIRES (Argentina)
(XIII Antología)
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