GITANO
TIGRE
Mi
precursor, Gonzalo H., preñó Yucatán cuando era edén de agua pura y lecho de
jade. Mareante real, añoró su tierra, pero no volvió. Su ida originó tal merma
en su mama,
que esta grabó mil trovas enlutadas. Su voz destiló penas y loas para su
gitanito en ultramar: «el renegado» para los suyos por defender a los nativos y
«padre del mestizaje» para los defendidos, pero quiero saber más.
Ese
hombretón de bronce y tez fosca sobrevive a la zozobra de Darién a la
Fernandina por un mal agüero hecho diluvio. A la deriva y sin agua, beben el
orín. La tormenta ciclópea los atolla en los bajos de las Víboras. Todo se va a
pique menos sus fes. Gonzalo elude las macanas de los cocomes en tierra y, con
unos pocos más, vive esclavo entre cultivos hasta que el cacique los cede a los
tutul xiúes. Quedan vivos él, que traga aquella nueva cultura y la digiere, y
Gerónimo, al que se le indigesta. El morenazo, solo y provocado su amor por
enésima vez, flaquea y talla la joya amerindia de catorce años que el jefe le
procura. Vence su atada sensualidad y llega a la sílaba media del triptongo
íntimo de la niña Zazil. De esta forma iza el apellido familiar y besa a la
muchacha, florecido su apetito tras errar por olas y barros, al arrimo del río
salvaje del cortejo mágico: el Dios universal bendice todo, también a la
familia maya de Gonzalo en México.
Así
fue. En las Américas hispanas se aunaron disímiles lirios y copihues: los
Heredia asomaban briosos por las jambas y dinteles de las matrices de los
bohíos, ora sus cabecitas, ora sus cuerpitos ungidos de vigor esponjoso,
abrazados al cordón umbilical de dos mundos. «¡Mal doló de barriga te
entre, y que si pares, revientes!», relataba la mama ida y, en su
desvarío, veía la perfecta mariposa gitano tigre fruto de sus entrañas, su
churumbel, padre de un chinorré con el guanín de oro taíno.
Luisa
Fernanda Rodríguez Lara
SEVILLA
La
española inglesa
(XIV Antología)
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