CÓRDOBA
ES CUZCO
todo fluye en un eterno presente».
(James Joyce)
por cañadas entre olivares
y algodón de señorío hasta
el puente Viejo. Al fondo,
un cielo recortado
por torres fernandinas y aljamías
y un ángel señalador.
En el Alcázar de los Reyes,
romanos, árabes, cristianos…,
montamos en coche hípico
(no hay ritmo más humano que
el de dos caballos mansos).
El gordo auriga nos lleva
hasta puerta de Almodóvar.
Muchachos morenos
semidesnudos
montan con sus cuerpos
un minarete ante
pequeñas piconeras
con falda escolar
(no entienden la escena
poeticotrágica
ni Séneca ni Averroes
ni Borges en su busca).
En la huida
de un sol inclemente,
a pie y lentos como camellos ciegos,
intramuros, vamos en pos de
la sombra encalada
de patios y calles con busto
de médicos y polímatas.
Huele a clavel y a geranio,
brollan chorros humildes
sobre el mármol, ¡cómo suena
el agua en el desierto!
En plena Judería, una placa
por el Inca Garcilaso de la Vega,
hijo de un corregidor del Virreinato
y de la ñusta Isabel Chimpu,
guerrero y cronista,
traductor de libros prohibidos
y mestizo con orgullo.
(¿Cómo en su juventud
la despedida de su madre,
princesa y luego vasalla?
¡Ni lágrimas ni abrazos
valen menos que la plata
de dos imperios!).
Nos refrescamos
en su casa ahora hostería.
Un dueto entre flamenco y andino
interpreta un cante de ida y vuelta
con guitarra española
y cajón peruano.
Andamos hasta
la Mezquita Catedral,
tras los pasos piadosos
del Inca. Allí autoerigió
su postrera morada,
la capilla de los Milagros.
Parte de sus restos
se trasladó a su suelo natal.
Canónigos y muecines
recitan juntos
invitándonos a la oración
(tal vez lo soñamos).
En esta incursión
y en la cadena del ser,
Córdoba es Roma, Jerusalén,
Damasco, Cuzco…
¡Y Cuzco es Córdoba!
(XIV Antología)
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