AL
BORDE CADA SEGUNDO
Si las más
grandes tristezas cayeran como las hojas de otoño, el pelo de otoño, la piel de
otoño, sin raíces, secas, mustias, para nunca más levantarse del suelo ni
levantar cabeza…
Si los ojos
más ciegos supieran nada más que del resplandor del mediodía, y las piernas más
ágiles vieran que no existen montañas enormes por su peso, sino por la cojera
de andar a trechos, como ebrios sin rumbo…
Si al llegar
el verano, el mar aún te pareciera lejano, y aún desearas la más extensa
llanura donde bailar un bolero y, por desearlo, recordaras que la orquesta, de
constante, toca una melodía de aventuras y de dioses…
Y si al caer
la noche, el próximo invierno, supieras que la nieve nunca puede hollar en la
piel de tus zapatos ni apartar ni ocultar las huellas de tus pasos…
Y así que
pase el invierno y todos se hayan ido, y la luna quede sola, a solas y sin
nombres… si nada más que tú recordases mi aliento.
Y si al
sentir de nuevas primaveras, al resguardo de cualquier sentimiento insensato,
nacieran nuevas raíces, tallos y hojas para ser llevadas una vez más por el viento…
Los años
dirían, los datos dirían que nunca pasó nada, si la lluvia, con un enjambre de
gotas furiosas, borrase de la memoria cada sombra.
Y si en la
penumbra del último invierno dijeras tú que no estuve yo, mentirías; porque en
la última gota de rocío, en la penúltima flor, en la antepenúltima línea
escrita al borde del precipicio, allí contuve y contengo la respiración para no
delatarme.
Porque en el
camino, al borde de cada segundo, la eternidad siempre está esperando.
Ángela
C. O.
(XIV Antología)
(XIV Antología)
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