CONTÁGIAME
DE TU TIERRA
No
he podido ver tu sonrisa. Salías de la guardería y tu madre, envuelta en un
chaquetón de plumas de color marrón, abrochaba una capucha verde oscuro
alrededor de la piel canela de tu párvula cara.
Tu
rostro no decía nada. Me has mirado, te he sonreído y tú has seguido a lo tuyo,
pendiente de un currusco de pan que acababan de darte. Debías de estar cansado;
quizá el ruido de los coches te molestaba o quizá sabías que este lugar, ya tu
lugar, no es tan bonito como el que tus padres dejaron atrás no hace mucho
tiempo. Te veo, y no veo en ti la sonrisa de unos niños que conocí en tu país.
Echo de menos ese gorro de colores que tan bien encajaría en tu cara, ese
jersey tan alegre tricotado con lana de llama o esos ponchos y aguayos que una
abuela cariñosa confeccionó con mimo y cuidado en un tranquilo y oscuro taller
de La Paz.
Echo
de menos la tranquilidad, el silencio, ese aire de libertad, esas carencias que
parecen imperdonables, pero que no impiden sonreír ni soñar. Anhelo tu sonrisa,
tus latitudes, tu color… Y quisiera que, al dirigir mi mirada a la tuya,
pudieras contagiarme de una tierra que visité hace años, que rezuma hispanidad
y que tú ya no conoces.
Sonia M.ª Saavedra de
Santiago
Abogada, profesora de Francés
y estudiante de Historia
Colaboradora habitual de
la revista Prometea y de la sección cultural de Nuevo Diario
(XIV Antología)
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