TIERRA
Tras
muchas jornadas caminando, nuestro pequeño grupo llegó hasta unas tierras en
apariencia inhabitadas. La naturaleza era la reina de allí. La ilusión de
construir una nueva ciudad en aquellos lugares tan alejados de nuestra patria
era un sentimiento común a la mayoría de los soldados. La razón es que muchos
habíamos perdido en la península lo poco que teníamos y la aventura de las
Indias nos brindaba la oportunidad de colonizar unas tierras, de poder hacerlas
nuestras, de luchar por sacarlas adelante.
Una
vez que se hubo hecho el repartimiento, me apresuré a buscar entre mis
pertenencias aquella pequeña bolsa que había llenado con tierra de mi Granada.
Mezclé la tierra de Granada con aquella desconocida tierra oscura, como si al
hacer esto hubiera depositado parte de mi vida en ella. De alguna manera así
era. Sentía que aquella tierra desconocida me podía brindar una nueva oportunidad
de vida. Por eso, como tantos otros, había viajado con aquel pequeño saco de
tierra pegado a mi cuerpo durante jornadas y jornadas, pasando frío y hambre,
combatiendo a los indios hostiles y luchando contra animales salvajes.
La
tierra dio pronto nuevos frutos, lo que sin dudarlo atribuí a la pequeña mezcla
que había realizado antes de trabajarla y que se me antojó como una pócima
mágica, como si de un alquimista se tratara.
Cada
vez que contemplo aquel pequeño trozo de parcela puedo ver, como si fuera ayer,
mi Granada en todo su esplendor. Y, como todo aquel que vino a «facer Españas»,
pronto estaré yo mismo bajo esta tierra de España y de las Indias.
Nacida en GRANADA
Historiadora y escritora
(XIV Antología)
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