NO
TODOS MARCHARON
En
la mesa esperaba el sobre blanco ribeteado en azul y rojo.
Aquella carta contenía la respuesta que daba a su tío. El cual le había escrito rogándole que se fueran con él a la Argentina, y allí sobrellevar el poso amargo que la guerra les había dejado. «Sobrino, ahí las cosas están muy feas. Nos llegan noticias de las represalias que están tomando y la muerte de tus hermanos en el Frente Popular es conocida por toda la comarca», decía la misiva.
Aquellas
precisas palabras resonaron en su cabeza una y mil veces, tantas como leyó la
carta y miró la fotografía en tonos grises, marrón y sepia; reveladora de la
alegría e ilusión con que vestía toda la familia sus ropas nuevas.
La noche en su corazón duró varios días; solo veía a su madre llorar hasta que la pena agotó su corazón, a su padre triste y cansado, a sus propios sobrinos huérfanos, ateridos de frío y sin apenas ropa que ponerse ni pan que llevarse a la boca; él era ahora su único sustento y por ellos se quedaría en España. Y así se lo explicaba a su tío.
Duro habría sido marcharse, pero quedarse no lo era menos con el hambre llamando a la puerta sin tregua. Que los vencedores querrían venganza y no perdonarían, lo sabía, pues conocía bien a sus vecinos.
Sin perder la esperanza, cerró el sobre y con los primeros claros del día se dirigió al pueblo para enviar la carta, franqueada con un puñado de sellos del Cid Campeador, Juan de la Cierva y Calderón de la Barca, que con esmero pegó uno a uno, humedecidos con la poca saliva que se alojaba en su boca.
De regreso, con el caminar lento de los pasos que no encuentran abrigo, cavilaba: «Calderón pensaría que la libertad es un sueño», pero como el Cid, él estaba dispuesto a pelear por conquistarla y mientras tanto algo inventaría para ser feliz y «facer España».
Maravillas Guirado
González
MURCIA
Licenciada en Derecho y aprendiz de las enseñanzas de vida de su padre quien, sin luchar en el frente, le hizo frente a la vida y supo perdonar y vivir en paz
(XIV Antología)
Aquella carta contenía la respuesta que daba a su tío. El cual le había escrito rogándole que se fueran con él a la Argentina, y allí sobrellevar el poso amargo que la guerra les había dejado. «Sobrino, ahí las cosas están muy feas. Nos llegan noticias de las represalias que están tomando y la muerte de tus hermanos en el Frente Popular es conocida por toda la comarca», decía la misiva.
La noche en su corazón duró varios días; solo veía a su madre llorar hasta que la pena agotó su corazón, a su padre triste y cansado, a sus propios sobrinos huérfanos, ateridos de frío y sin apenas ropa que ponerse ni pan que llevarse a la boca; él era ahora su único sustento y por ellos se quedaría en España. Y así se lo explicaba a su tío.
Duro habría sido marcharse, pero quedarse no lo era menos con el hambre llamando a la puerta sin tregua. Que los vencedores querrían venganza y no perdonarían, lo sabía, pues conocía bien a sus vecinos.
Sin perder la esperanza, cerró el sobre y con los primeros claros del día se dirigió al pueblo para enviar la carta, franqueada con un puñado de sellos del Cid Campeador, Juan de la Cierva y Calderón de la Barca, que con esmero pegó uno a uno, humedecidos con la poca saliva que se alojaba en su boca.
De regreso, con el caminar lento de los pasos que no encuentran abrigo, cavilaba: «Calderón pensaría que la libertad es un sueño», pero como el Cid, él estaba dispuesto a pelear por conquistarla y mientras tanto algo inventaría para ser feliz y «facer España».
MURCIA
Licenciada en Derecho y aprendiz de las enseñanzas de vida de su padre quien, sin luchar en el frente, le hizo frente a la vida y supo perdonar y vivir en paz
(XIV Antología)
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