viernes, 4 de febrero de 2022

ANTOLOGÍA 2020: MESTIZAJE


 


MESTIZAJE

 
Hacía tiempo que había perdido la espada, pero siguió bamboleando violentamente el brazo como si aún la empuñara. Ya ni siquiera miraba: golpeaba cuanto sentía cerca antes de ser golpeado, y no paró hasta que no sintió ningún cuerpo. Tan pronto acabó de asestar los golpes, se desvaneció sobre sus rodillas y se reclinó sobre una masa informe que no pudo discernir. La sangre y el barro le habían anegado la vista. Llevaban seis meses luchando en el reino de Granada y había perdido la cuenta de los turbantes que había arrancado. Sintió moverse el volumen sobre el que estaba apoyado y procuró levantarse, pero no pudo. Quiso rezar para aplacar los gritos que aún resonaban en su cabeza, pero le acosaba una idea recurrente. No podía evitar pensar que, después de casi siete siglos de ocupación islámica, su sangre se había mezclado tanto que no había diferencia alguna entre moros y cristianos, salvo por el dios que adoraban unos y otros, que él sospechaba era el mismo. Habían emprendido una guerra absurda en nombre de su raza sin saber que cargaban contra sí mismos, derramando su propia sangre y ensuciándose la memoria con el dolor de familiares y amigos. Andaba en estas cábalas cuando el cielo se rompió y brotó de él un diluvio premonitorio; se retiró el casco y dejó que la lluvia le limpiara los ojos. Yacidos en el barro todos los cuerpos parecen iguales, y uno no entiende por qué el ser humano se empeña en buscar pretextos para matarse a sí mismo. Se quitó la armadura, pues pensó que todo el dolor le venía de dentro y no había yelmo que pudiera protegerlo. Aligerado del peso pudo incorporarse y, tambaleándose, observó la macabra masa sobre la que había estado recostado: una montaña de cuerpos agonizantes y muertos. De entre los rostros le impactaron los profundos ojos marrones de una mora que parecía mirarle, como increpando. Eran los mismos ojos de su madre. Se miró las manos y no pudo distinguir cuál era su sangre y cuál la de sus enemigos. «Tal vez no haya diferencia —pensó—, todos somos lo mismo».

 
David de la Llosa Silva
MADRID
Abogado
(XIV Antología)
 
 


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