«… Cuando Tata Vasco
aparece en la puerta de la iglesia para la oración de la mañana, los niños
escapan del calor de sus madres y corren como ocelotes entre las columnas de
adobe para prenderse a su capa roja de lana, compitiendo por alcanzar la
caricia de la mano del hombre bueno que en sus reglas y disposiciones ha
escrito cómo han de vestir y trabajar en los pueblos-hospitales; que no hay que
tratarles de bestias, sino de hermanos; y que todos han de saber de la
agricultura desde la niñez y tejer y herrar por el bien del hospital y de la
escuela…» (pág. 14, Isabel Fernández Peñuelas, «El hospital de almas»). Tercer
Premio.
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