MEMORIAL DE LA UNIVERSIDAD DE SAN MARCOS
Soy dominico por vocación. Hay faenas que de tanto repetirlas se convierten en rituales. Desde hace décadas, el día 12 de mayo, en las horas tenues que cosen la tarde a la noche y el mundo se prepara para descansar de los excesos de un día materialista, celebro la misma liturgia: licor de avellanas, mazapán del convento y recorrer a cámara lenta los recovecos de una celosía que me ilumina los recuerdos. El sopor me disipa hasta las nubes de la juventud, añorando los días que me borraron el pasado y me escribieron el futuro. El hermano fray Tomás abrió el camino en aquel siglo difícil y tuvo arrestos, como buen dominico que era, para presentarse ante el emperador y solicitarle la fundación de una universidad que radicara en el convento de nuestra orden y aunque nuestros muros fuesen pobres, sus piedras fueron amenizadas con rejas de hierro y detrás de una de estas celosías me escondo y escribo.
Vine allende los mares, atraído por arcos y contrafuertes, dada mi afición por la historia del arte, tratando de hallar refugio redentor en este encalado convento en el que nació la Universidad de San Marcos de Lima. Ahora que la torpeza ha sido cribada por el cedazo del tiempo, la memoria amarillenta rememora aquella despedida más allá del Atlántico, mientras mis ojos se agitaban en adioses. En las páginas del libro memorial de la orden, entre columnas de piedra caliza, anida una fecha: 12 de mayo de 1551. Ese día se firmó en Valladolid la real cédula en la que se concede licencia a la Ciudad de los Reyes para que nazca en ella la Universidad de San Marcos, única en su especie de las fundadas durante el siglo xvi. Nuestro padre fundador, fray Tomás, murió el mismo año en que las aulas se ponían en marcha. Gratitud le exhibo por alcanzar sus sueños y los nuestros.
Reside en Valladolid
Licenciado en Periodismo y Derecho
(XV Antología)
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