MARÍA
Imposible
saber si esta historia fue real o tejida por las musas en el sueño de los
siglos transcurridos desde que España sembró el Nuevo Mundo de universidades
indianas, nutriéndolas con los métodos y personal docente de nuestras más
prestigiosas facultades. Y entre ellos, un sencillo profesor avalado por su
sapiencia y prestigio moral, cuyas
técnicas pedagógicas despertaron ciertos recelos. Cuestionados sus métodos y su
benevolencia por permitir a los alumnos argumentar sus errores tras los
exámenes, él defendía que debían ser escuchados, al no ser la filosofía una
ciencia exacta. Un hombre aferrado a la sencillez como método de enseñanza,
incuestionable desde aquel día…
Aquel
día, las puertas del centro
cedieron al tropel de jóvenes, de variada gama de color de piel, invadiendo
el pasillo con revuelo de capas
y bonetes mientras la mujer de siempre, con un cubo en la mano y varios
trapos colgados del hombro, se pegaba a la pared para no ser arrollada. Solo
cuando las puertas de las aulas se tragaron la turba juvenil, reanudó la
limpieza y respondió con timidez al amable saludo del profesor, antes de que su
voz se perdiera tras la puerta del aula: «Recuerden, hoy se lo juegan todo.
Esta prueba, por ser definitiva, será distinta. Haré una sola pregunta y la
respuesta será una sola palabra».
Minutos después, un goteo de jóvenes
cabizbajos abandonaba el aula y al cruzarse con la mujer y su escoba
le preguntaban su nombre. «María». «María», repetían al irse, como grabándolo donde se guardan las lecciones de la
vida. Ahora ya sabían que hasta el ser humano más humilde es tan
importante que puede cambiar tu destino.
Porque
solo uno de ellos se doctoró aquel año. Solo uno, un zambo becado superó la prueba en la que pedían una
sola palabra: el nombre de la mujer que limpiaba el centro.
Laly del Blanco Tejerina
Nacida
en Las Muñecas (León)
(XV Antología)
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