EL HOMBRE HISPANOAMERICANO
Todo cesó de golpe en el universo ancestral de su cosmovisión
indígena. Atrás quedó la oscuridad. Una alborada de cátedras se erguía como puntal para sostener las
paredes del edificio de la universidad y un claustro de profesores allende los mares trasplantaba a los hombres del Nuevo Mundo con
una cultura que se iba entintando con nuevos colores.
Ya estaba sembrado en la galería, en los pórticos, en las ventanas de las aulas y en ese patio por donde iba a zancadas marcándole los pasos a quienes le seguirían después. Las palabras siempre delante de él, mostrándole todo lo que quería conocer, ya no eran piedras que saltaban de los libros y lo golpeaban desde los apuntes en su cuaderno azul, las entrelazaba desde su cotidianidad y saboreaba todo aquello que iluminaba su entendimiento y le explicaba las cosas con sencillez. Un paradigma de sonidos y significados que le otorgaban un nuevo sentido de pertenencia. Su mente era un manantial de aguas cristalinas donde el lenguaje se hacía aurora, belleza de vocablos y exuberancia de una gramática que fue faciendo Españas por toda la América colonial.
Él se sabía umbral de un nuevo camino, un mosaico de culturas, albañil de la historia, milagro del Tepeyac, pensamiento de conquistadores, era la obra gloriosa de la cultura española en América.
Cuatro siglos después todavía camina por el patio adoquinado de la universidad y a veces se detiene frente al grabado con esas palabras anónimas que no se sabe quién colgó en esa pared: «El saber brota como un manantial, brota de un corazón en llanto, va creciendo como un rosal, mientras la ignorancia muere con espinas y encanto».
Betsy
Balestrini
Caracas
(Venezuela)
(XV Antología)
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