«… Aprendimos a «facer Españas» en los bancos
de madera donde los primeros alumnos descubrían el latín de labios de los
jesuitas para heredar el conocimiento almacenado durante siglos y transmitirlo
a las generaciones venideras, haciéndose eco de las mismas enseñanzas que se
impartían en las prestigiosas universidades de Salamanca, Valladolid o Madrid.
Porque ya el emperador Carlos y sus sucesores quisieron sembrar de templos del
saber las tierras hermanas al otro lado del Atlántico para que las semillas del
conocimiento germinasen y dieran sus frutos…» (pág. 216, Salvador Vaquero
Montesino, «Nos salvarán el conocimiento y la palabra»).
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