«… Fui cobarde cuando pensé que éramos
opuestos y dispares, que la vida nos cinceló sin armonía, caprichosamente,
sobre el agua y el frío. Hoy somos la misma leña, estamos en la hoguera que nos
calienta la perspectiva de nuestro mundo. El verbo es una gasa sutil que nos
calma en la penumbra y aleja a los caballeros de armaduras de hierro,
engendrando tierras, llanuras, colinas de espliegos y amapolas…» (pág. 238,
Raquel Viejobueno, «Sobre las ascuas de la virgulilla de la eñe»).

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