RETORNAS EN MÍ
Quién
fuera a decirte, abuelo, que hoy recorro las calles de tu infancia. Que me he
instalado a vivir en tu querida ciudad charra y todo esto lo siento también
mío. Ahora contemplo las piedras de Villamayor que tú veías. La fachada
plateresca de la catedral, majestuosa; la del Rectorado, donde una rana burla a
los turistas desde un cráneo; el imponente convento de San Esteban donde Colón
pidió a los frailes dominicos que intercedieran ante los católicos reyes para que
le financiaran «facer las Indias», las cuales acabaron siendo las Américas,
donde yo nací.
Hoy
huelo el aroma húmedo que tú olías entre la niebla de los inviernos emergiendo
de las aguas del Tormes. En las tardes primaverales evoco el amor de Calisto y
Melibea y discurro con la Celestina en el frescor del huerto; espío a través de
la ventana a don Miguel de Unamuno que solitario en una mesa del Novelty lee un
libro bajo los soportales de la plaza Mayor más bella de toda España, mientras
espera taciturno a los que vencieron, mas no convencieron.
Quién
fuera a decirte, abuelo, que enterrado estás en Buenos Aires, que en unos años
más mis restos, acaso, descansarán aquí, donde tú naciste. Pero mientras no
venga la Parca a buscarme, seguiré deambulando por la calle Compañía; escucharé
conciertos en el patio de la Pontificia; oiré a los declamadores de cuentos
bajo los soportales de la Casa de las Conchas; releeré el Lazarillo junto al
molino de Tejares, donde llegara al mundo el muy pícaro. Vagaré entre los
olores y sabores del preciado jamón que deleita al transeúnte en la plazuela
del Corrillo.
Quién
fuera a decirte, abuelo, que ahora mismo estoy tomando mate junto a la estatua
de don Francisco de Vitoria, en la plaza del Concilio de Trento, en la misma que
tú correteabas siendo niño, a la salida de la misa de los domingos.
Carlos
Andrés F. C.
(XVI Antología)
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