«… La cámara, indolente, / notaria de la
burda dialéctica de las contradicciones, / sigue los pasos del niño cosmonauta,
/ del niño que sonríe todo el tiempo mientras dura el viaje, / pues su sonrisa
tiene caducidad, / la del tiempo de vuelo / de la aventura linda de su odisea, /
la alegre singladura de quien tal vez ignora / quién fue Francisco de Vitoria, /
si existió alguna vez / la esplendorosa Escuela de Salamanca, / ese crisol de
revolucionarias mentes / que propagaron al mundo / sus redentoras,
luminiscentes ideas de justicia y libertad, / esa quimera que no le alcanza»
(pág. 70, Juan de Molina, «Desplazado»).
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