«… Aguarda en el muro
del Evangelio, un anfitrión pétreo que se erige imponente y majestuoso, un
coloso de piedra que desafía el paso del tiempo y el olvido. La profusión de
los relieves del muro siempre me sorprende cuando quedo a sus pies, entre
columnas que invitan a ser tocadas como hoja de parra virgen. San Isidoro me
espera en el cuadro, congelado en su ademán lector…» (pág. 64, Ignacio C.
Sierra, «Laus angular»).
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