«… Y
al hablar con su pensamiento Isidoro descubrió que Dios les había regalado algo
desde el principio de los tiempos, que su búsqueda estaba dentro de él y de
cada uno de nosotros. Que desde el primer día de la creación se nos había
concedido el don de la palabra y que ello era un regalo divino y que eso es lo
que une a los pueblos, lo que te hace sentir en el hogar cuando estas lejos, lo
que representa todo lo que conoces, lo que guarda en sus entrañas el pasado de
nuestros padres y descifrar el futuro a nuestros hijos…» (pág. 92, Raquel A.
P., «Un arduo trabajo»).
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