«Seis de la mañana y
san Isidoro lleva ya varias horas buscando entre los doctores de la Iglesia la
inspiración que no encuentra. Juraría que lo había leído en un libro que no
sería más grande que dos palmos y su portada de un bermellón como el petirrojo
que solía entrar en la biblioteca y cuyo pecho contrastaba con los artesonados
verdes. Recuerda vívidamente el color, haberlo tenido en sus manos y hasta el
lugar donde lo consultó por última vez hace más de medio año; el autor ni
siquiera aparece en su memoria en lo más mínimo. Ha revisado ya mil veces las
obras tanto de san Agustín de Hipona como de san Gregorio Magno y nada. Era una
frase lapidaria de esas que se te graban por dentro y juró cuando la leyó y la
releyó que nunca se le olvidaría y que sería la base y fundamento de su
siguiente escrito…» (pág. 134, Raquel Hernández Contreras, «Olvido»).
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