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BOLONIA
Un joven Antonio de Lebrixa marcha a Bolonia para mayor
dominio del latín, pero de ese período nacerá su amor por el humanismo que
florece en toda Italia. Yo, si alguna vivencia podría tener del erudito
gramático, sería la de ser un imaginario compañero suyo de estudios, visitarle
en la «segunda habitación después de las letrinas», parcamente amueblada con
«una mesa con dos bancos, una cama de madera con colchón, almohada,
edredón, colcha y “dos sábanas viejas” y una arquilla». Sentados en aquellos
bancos, hablarnos en latín, él de su tierra andaluza, yo de la mía que por
imaginaria el lector ponga nombre. Seguiríamos las conversaciones paseando por
las calles y los jardines boloñeses de Giovanni II Bentivoglio, señor de la
ciudad desde 1463 a 1506, para después, cuando es cambiado de aposento a la
«segunda habitación desde la biblioteca», proseguir allí las conversaciones y
amigables disputas. Allí me confesaría su ascendencia judía, la conversión de
su familia al cristianismo, pero buscando no ser descubierta la antigua fe de
sus antepasados por miedo a los cristianos viejos que más viejos tienen los
prejuicios.
Luego nos separaríamos, pero del tiempo de «convivencia»
juntos nacería esa «vivencia» mía, vivencia que nunca puede existir si antes no
ha existido una «convivencia». Yo no la he tenido con el padre de la gramática
castellana, pero créanme cuando les digo que existen y persisten verdaderas
vivencias cuando dejamos que el ave de la imaginación vuele y sobrevuele un
pasado que no vivimos, gentes y lugares que no conocimos. Que me defina alguien
qué es lo real o lo imaginario. Para mí toda ficción es realidad, pues si en
ella hay vivencia, hay realidad, hay verdad.
Blai N. S.
(XVIII Antología)
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