EL ANÓNIMO
Hoy
ha llegado a mi despacho otro anónimo donde vuelven a llamarme lo que no quiero
oír, que soy judío por mi fino olfato para los negocios y que solo me dedico a
mi propia promoción intelectual y que también soy arbitrario y pretencioso y
que escribo sin citar a mis maestros, propenso a la venganza e inmodesto.
Dame
fuerza, Dios mío, para vencer estas afrentas, a estos años gastados, donde miro
hacia atrás y solo me veo trabajando, escribiendo, leyendo. Mis búsquedas,
incansables, fueron las de la justicia y la verdad, y en muy pocas bocas y
menos páginas las encontré en su debido brillo. Creí en el humanismo
científico, como un pionero y el mayor poseso, solo para mi gusto. Mi lucha fue
la ciencia de la lengua y de las humanidades. Si acaso, a rachas, falseé mi
genealogía como un mero juego frente a tanto pedante.
Demudado
ahora bajo los presentes denuestos, yo que gasté tantas palabras, solo puedo
decir: «Nacemos desnudos y moriremos solos». Qué soledad la del final de mi
aprendizaje en estos sabores ahora venenosos, donde hablan de mí y me dibujan,
pero solo creo ver a otro, pues son infinitas mis dudas y pocas mis certezas. Y
esta misma lluvia de insultos, a mi edad, limpia más que ensucia, como tantas
veces la ignorancia es la dirección imprescindible en el camino de la
sabiduría. Así la ignorancia de la vida y de la ley, claro está, no excusan su
cumplimiento. Solo un árbol, por la escritura cruel a navaja, puede llegar a
las presentes desnudeces en este huérfano adiós.
Diego M.
(XVIII Antología)
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