QUE
SIEMPRE FUE LA LENGUA COMPAÑERA DEL IMPERIO
El
frío de la mañana traspasa los muros del palacio del maestre de la Orden de
Alcántara. Un intenso olor a jara inunda la estancia, muy concurrida hoy. La
corte de sabios, a la que yo tenía el honor de pertenecer, acompañaba al
mecenas Juan de Zúñiga para agasajar a la ilustre invitada.
Sentada
frente a mí, la reina Isabel sonríe cuando le hablo de mi Gramática sobre
la lengua castellana. Le parece innecesario escribir normas de una lengua
que se aprende de manera natural. Acostumbrado como estaba a recorrer caminos
con encrucijadas y a tomar decisiones complejas, iba a contestar cuando fray
Hernando de Talavera le dijo a la reina que si todos sus vasallos hablaran
castellano, sería útil para unificar los territorios conquistados, que deberían
cumplir las leyes de Castilla. Revitalicé mi orgullo de ser gramático y me
dirigí a la reina para añadir que «todas las lenguas necesitan gramáticas
descriptivas y normativas para que no anden desbocadas».
Quedó
pensativa, pero no hizo ningún comentario sobre la Gramática. Me
dirigió una mirada profunda y me animó a traducir mis Introducciones
latinas, que creía necesarias para todos y principalmente para que «las
mujeres religiosas y vírgenes dedicadas a Dios, sin participación de varones pudiesen
conocer algo de la lengua latina».
Ni
Nebrija ni la reina sabían entonces el alcance de la primera gramática de una
lengua vulgar, que tras el descubrimiento de América serviría de modelo a los
misioneros para establecer reglas gramaticales del quechua y el náuhatl, entre
otras, y perdurar hasta nuestros días.
Gracias
a la imprenta, la obra del primer humanista español inundó los océanos de
palabras, que contribuyeron a enriquecer el español en la España de la primera
globalización.
Marian
Oller Veloso
Licenciada
en Derecho.
Antologizada
en los Premios Orola desde 2017.
(XVIII Antología)
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