A
LA LLAMA DE UN PUÑADO DE PALABRAS
Oscurecido me asomo al ventanal.
Sospecho de mí: las palabras nacen unas de las otras, no son mías. Una nube
flota hacia el horizonte. Hay vistas anchas y, ante la voz sabia de Nebrija,
soy colegial, el que anotaba el supremo saber, el canto renacido de los
espíritus cuando don Pepe loaba a los eruditos —locos o genios según la época—
y nos ofrecía su magia sellada de «secular».
Puse cara a Nebrija por mi libro de
texto: rostro judío, fosco, propio de un grimorio, para su Dictionarium; facciones que todavía flotan en mi mente,
como la nube. Mi dedo índice recorría el retrato a la luz del flexo, heredero
de la llama de la vela que usara Elio, ingenio del goteo del tiempo llamado
civilización. Luz de cera y palabras iluminadas, ojos que miran dentro y fuera,
tareas creadas por el docto hasta el fin de sus días. A la luz de la lámpara
aprendí las Reglas de ortografía del castellano y mimaré mi idioma
sin espanto ante los embates de la tensión en la nebulosa en que vivimos.
La noche me vela como
líquido amniótico y respiro esencia de
papel viejo. Gusto de leer a la vela del sevillano, su pluma fértil bajo mi
vela cuyo baile de luz palpita al son de mis latidos tras el ocaso. En una edad
oscura divago y evoco a Prescott, McCrie o Illich, devotos de Nebrija a plena luz.
Sus palabras me dicen que él está ahí como un faro. Llevó vida modesta, pero su
aura perdura laureada, gigante como la nube. Ojalá pudiera aprender las
historias del mundo que él probó, las que están en todos sitios, las que nos
sugieren que todo es un cuento en el que nada está a salvo, ni siquiera la
llama, divisible en el amarillo, malva y negro. Ni siquiera el pasado, dividido
en siglos. Ni siquiera el castellano.
Quizá ahora la nube
enfile hacia la capilla de San Ildefonso de la Universidad de Alcalá.
Sevilla.
Catedrática y otras labores.
Miscelánea de premios y menciones.
(XVIII Antología)
No hay comentarios:
Publicar un comentario