TOÑO
Para los del pueblo, Antoñito era el muchacho que sacaba
las cabras con su padre, traía agua del pozo para su madre y tomaba clases de
latín con el capellán de la iglesia de Santa María.
Para quien fue su compañero de estudios en el Real
Colegio de España, era uno más de los que gozaba del buen vino en las tabernas
de Bolonia.
Para algunos en los corros salmantinos era el «chico de
la gorra», pues siempre lucía una gorra de lana que le protegía del frío de
aquellas piedras que cubrían los muros, calles, casas, colegios mayores y
menores, iglesias y plazas de la ciudad.
Para otros, la gran mayoría, Antonio de Nebrija es el
autor de las Introducciones latinas, obra que le dio fama como profesor de esa
lengua, no solo en España, sino también fuera de ella. Un gramático importante
por su libro Arte de la gramática castellana, la primera escrita en
nuestro español. O el autor de diccionarios bilingües; trabajo colosal para la
autoría de un solo individuo.
Para mí, Toño era un hombre que plantaba geranios rojos
en el patio y los balcones, porque sabía que me gustaban. Un padre que jugaba
con Marcelo y Sebastián al ajedrez, y con todos al escondite. Que organizaba
concursos de latín en los que siempre ganaba Sancho y que entusiasmó en las
letras tanto a Fabián como Alonso, los cuales siguieron sus pasos como
maestros. A Francisco fue a despedirlo rumbo a las Indias y fue la segunda vez
que vi llorar a Toño; la primera cuando casó a Sabina con un impresor alemán. A
Julia le dio una generosa dote para entrar en el convento de las carmelitas y a
Isabelita, la niña de sus ojos, le compuso diecisiete poemas en latín y uno en
griego el día de su boda. Son cosas que no figuran en ningún sitio, y otras más
que no cuento por falta de espacio, pero que hacen de Toño para mí un gran
hombre.
Beatriz Gómez-Pablos
Nacida en Las Palmas de Gran
Canaria.
Profesora de Lengua y
Linguística Españolas en la Universidad Comenio de Bratislava (Eslovaquia).
Antologizada en numerosas
ocasiones en los Premios Orola.
(XVIII Antología)
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