BELLEZA EN BRUTO
«Escritores, escribidores y escribientes, ¡repitan,
adjetiven, exageren, inventen! —escribe un especialista en el lenguaje de mi
país—, no tengan miedo en repetir, en retorcer, retacar, resaltar, recapitular,
si así lohacenconmaestría, si les atrae el ta, ta, tatatá,
percusionista de la selva, búrlense de los cruzados de la antirrepetición,
creen verbos a discreción si se les acaban los del DLE: esplender, “se empinó
esplendiendo desnuda”; instilar, “sentí que me instilaba miedo”; desmesurar,
“sus ojos se desmesuraron”; escalofriar, “no izaba ningún revolver, pero me
escalofrió”; hocicar, los personajes “hocicaban”» (Evelio Rosero, Toño Ciruelo).
No puedo, entonces, Antonio de Nebrija, dejar de pensar
en tu denodada batalla contra la barbarie en el hablar y el escribir y, peor
aún, contra el horrible latín de curas, juristas, traductores y profesores
universitarios, incapacitados así para acceder y comprender los saberes de la
época escritos en el lenguaje universal del latín.
Y, oh paradoja, en el intento de moldear la lengua
castellana según los cánones de la lengua latina, aquel lenguaje llano y vulgar
que deseabas elevar y depurar con tu primera gramática de la lengua española es
hoy, en su natural insolencia, desfachatez, desorden y mil palabras más de
igual tenor de la novela contemporánea latinoamericana, cantera inagotable de
belleza en bruto, tal como resuena en todas esas voces de variedad peruana, por
citar a un consagrado, en Conversación en la catedral.
Norberto I. P.
(XVIII Antología)
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