NADA ES NUNCA COMO PROYECTAMOS
«Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra…»
(Blas de Otero)
Me fui una vez para no volver, y al final he vuelto.
Y he visto cómo la intolerancia acusa de robarle el pan a
quienes, igual que yo, un día se fueron. Qué importa si de otro lugar: todos
somos zarandeados por el mismo viento.
Se ahoga la esperanza en mares demasiado estrechos. Se
desahucian vidas ajenas en la pantalla, mientras la indiferencia sufre una
digestión pesada. Pasa el letargo para salir a celebrar un gol por las calles.
Entonces no hay pereza. Ahora, en lugar de venerarlas, se trepa a las estatuas.
De los antiguos dioses no queda uno. Otro nuevo, erigido en su lugar, nos
deslumbra con su inalcanzable opulencia. La ignorancia engorda como una
sanguijuela.
Nada ha cambiado: pan y circo llenan el estómago y vacían
el alma.
Me fui una vez para no volver, y al final he vuelto a un
país ajeno. Puede que siempre haya estado ahí, y yo fuese entonces demasiado
joven para verlo.
Me pregunto, después de todo, para qué tanto trayecto.
Desando el camino mientras duermo. A orillas del Tíber me
siento una vez más, los pies colgando, a rumiar mi desconcierto. Una a una voy
tirando inocencias al agua. Solo dejan círculos concéntricos… por breve tiempo.
Cuando ya no me queda ni una, detrás van las esperanzas, los sueños… Cuanto más
funestos, más rápido se hunden los pensamientos. En el fondo, resulta tentadora
la quietud y el silencio.
Pero en este día, aunque solo una libertad me dejen,
escojo mi derecho a elegir cuándo y cómo. Y despierto.
Nada es nunca como proyectamos. Toca improvisar para
seguir viviendo.
Salomé Guadalupe
Ingelmo
Doctora en
Filosofía y Letras
Miembro del
Instituto para el Estudio del Antiguo Oriente Próximo, UAM
MADRID
(IX Antología)
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