ROMANCE DEL AGUADOR Y EL DUQUE
Imagínate, lector,
en la capital
britana
el palacio donde
habita
un viejo hombre de
armas.
Hemos puesto el
decorado.
Le ponemos ahora
cara
al anciano general
que en un sillón de
la sala
va quedándose
traspuesto
en tranquila
imaginaria.
Viaja su mente al
pasado
y en crepuscular
parada
aparecen ante él
los perdidos
camaradas
que ya son solo
recuerdos,
descoloridas
estampas
por el oscuro
salón.
Revive en la luz
velada
la guerra
peninsular
los días de guerra
en España
los cielos de Portugal
las torres de
Salamanca
acorralando al
francés
cuando hacia Francia
escapaba.
Pocos vieron tanta
sangre
teniendo tan buena
fama.
Luego entreabre sus
ojos
la niebla ya
disipada
y vuelve en su ser,
feliz
en su londinense
estancia.
Entonces sin
levantarse
va y levanta su
mirada
y ve que tiene ante
sí
cual rústico
maestresala
al del raído capote
y el ofertorio de
agua,
al aguador andaluz
de rostro hecho a
cuchilladas
que bajando está
del cuadro
con seriedad
impostada.
«Mi general a sus órdenes
ya le tengo
preparada
la balsámica poción
el agua más fresca
y clara».
Se lanza así el
mariscal
en su español que
aún maltrata
al amigable
coloquio
entre palacio y
corrala.
De los oros de
Castilla
a las nieves de
Granada.
De mujeres y
de ferias
de caballos y armas
blancas.
Luego en amable
trueque
sonriente se
levanta
y al buhonero le
ofrece
en una copa
aflautada
ese delicioso sherry
que, puntual, llega
de España
entente espirituosa
de al-Ándalus y
Britania.
Toca la esgrima a
su fin
se va el hombre de
la jarra
que ya se retrepa
al marco
con lengua un poco
trabada,
brillantes los
negros ojos
más contento que
unas pascuas.
«Pero le guardo una
historia
que usted, señor,
ni soñaba.
La de un pintor
jovencillo
de melena
ensortijada
que hechizaba con
su arte
y era su lápiz cual
vara
de mágico. Ea,
repose
don Arturo, hasta
mañana».
Manuel Villanueva
Revuelta
EL HAYAL, RIOSAPERO
(Cantabria)
(X Antología)
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