LA PALABRA, ESA LLAVE
Una salva de
aplausos rubricó la inauguración de nuestra exposición de escultura y poesía
celebrada en Toulouse, con el propósito de rendir homenaje a los republicanos
que huyeron a Francia al final de la guerra. Unas traviesas con un empecinado
olor a humo te hacían viajar por el tiempo en el tren destartalado de la
desbandada y unos poemas te hablaban de la dolorosa sustitución de una lengua
por otra, la obligada adopción de la identidad del país de acogida.
Mientras se iba
vaciando la sala, se me acercó una mujer de unos setenta años, enjuta, con ojos
de un azul que los años habían deslavazado pero que conservaban un candor
irreductible. Con un castellano que no podía ocultar el deje de la lengua de
Molière me contó que, tras la muerte de su padre al final de la guerra, ella y
su madre subieron al tren del destierro en busca de un horizonte más propicio.
Su madre no podía soportar la tala sufrida y se juró no volver a hablar nunca
más la lengua de Cervantes, eligiendo sumergirse de lleno en esa nueva realidad
que le ofrecía una segunda oportunidad.
«Aquí gocé una
adolescencia tranquila, me casé, tuve dos hijos y un día, a espaldas de mi
madre, me propuse estudiar la lengua de mis ancestros y reconozco que me fue
fácil adquirir pronto una fluidez notable. Años después mi madre sufrió una
embolia que le dejó inconsciente y, al despertar, no articulaba palabra alguna
que fuera en castellano. Se negaba a comer, ignoraba a todo aquel que se le
acercara para hacerle cambiar de opinión. Entonces, me dirigí a ella en esa
lengua, lengua materna, que ella había mantenido adormecida en el fondo de su
consciencia y que ahora renacía de golpe, vívida, gloriosa. Palabras con las
que logré convencerla de que debía luchar por su vida y que nos permitieron
mantener invicto nuestro vínculo afectivo».
Ramón Alabau i
Selva
Nacido en RIPOLL
(Gerona) en 1947
Profesor de Lengua
Francesa desde 1964 hasta 2011
(X Antología)
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