EL MAR
Noche de mar. Un muchacho enciende su cigarrillo. La
lumbre revela las facciones de un adolescente. Avanza. Huele a yodo y sal. El
siseo de las olas se hace más nítido. Comienza a pisar blando y poroso. Sobre
la penumbra se recorta una figura. El viento agita los cabellos plateados del
hombre que mira al océano. A lo lejos, una luz se mueve con lentitud. Un barco…
En lo profundo de la noche, un barco. El niño mira desde
la cubierta, las mejillas surcadas por lágrimas. Mira un horizonte
inescrutable. Lenguas de azogue lamen el casco. Una estela marca el camino
recorrido, que sabe irreversible. Atrás quedaron su Ribadavia natal, doce
hermanos, sus padres, el río, los árboles de anís… su infancia. Su padre lo
embarcó en Vigo. Lo espera su hermano mayor en Buenos Aires. Dicen que allí
brota riqueza de la tierra. Hay un teatro de ópera al que arriban estrellas
como Caruso y Toscanini. El llanto, que comenzó por la pena, es ahora de rabia.
Son sus últimas lágrimas: quedarán enterradas en ese mar que devora todo. Sabe
que no volverá a ver a los suyos. Está naciendo otra vez, ahora ya como hombre.
No tendrá adolescencia. Trata de animarse. Visitará ese teatro, donde le dicen
que por aplaudir puede acceder a un lugar al que llaman el paraíso, quizá
porque allí llega el mejor sonido de la sala. Y algún día, tendrá una mujer,
hijos. ¡Falta tanto!, pero en esa noche, parece que el tiempo estuviera a su
merced en cada instante.
El muchacho se acerca y ve los rasgos celtas del rostro
de su abuelo. ¿Qué estará pensando? Como siempre, su expresión es inescrutable.
El antiguo niño mira a su nieto, el adolescente que él nunca fue. Se incorpora
y le dedica una de las escasas sonrisas que guardó, para esas ocasiones, en
aquel lejano viaje. Y le dice: «Mañana será un hermoso día de playa».
Alejandro Pedro
Destuet
Ingeniero
industrial
BUENOS AIRES
(Argentina)
(X Antología)
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