ÁRBOL, SEMILLA Y CANTO
Soy de Iberoamérica. Nací en México. Vivo en el mundo. Mi
corazón canta como el agua. Mi cuerpo crece como maíz. De mis sentidos surge la
tierra. Los abuelos cuentan que del otro lado del mar, llegaron hombres con
ojos color océano y oriente médula. Dicen que del eterno fuego del sol de las
Américas surgió el serpentino movimiento, que contonea la rama del transatlántico
camino de los ríos que llevan hasta la Argamasilla de Alba, allá por la España
clara, donde don Quijote dijo (escucha Sancho): «Contempla lo que allí delante
tenemos, es el viento cantando, profundo el espíritu lleva, allí donde se
descubren desaforados gigantes». Así Hispania emprendió camino en los ayeres,
sobre arena, lagos de sal, mar de oyameles. La masa de agua prometía ser
esférica y no plana. Como puente conectó superficies amalgamando el barro con
el hierro. «Todos somos semillas y cantos», eso no lo dijo don Quijote, lo
explicaron los pueblos milenarios por donde navegantes y peregrinos abrieron
surcos de verde jade selva. Hoy ya no se trata de España o de las Américas. Se
trata de todos, porque todos somos familia. Todos venimos del mismo árbol, de
la memoria del tiempo, de muchos tiempos. Somos de muchos colores, de muchos
matices, pequeños e inmensos, redondos y alargados. Como gotas de agua, de
carne, de cúrcuma y paella, tamal y sapiencia. Venimos como Quetzalcóatl a
librar ocultas batallas, aquí o allí, aunque nadie lo sepa, ni nuestras
instruidas conciencias. Aquí o allá, con lengua fractal abrimos la vida para
jugar en el universo. Como hilos de existencia, los hijos de estas y aquellas
tierras seguiremos tejiendo, bordando, mezclando la luz hacia el cielo,
haciendo brotar el amarillo sol, la roja grana, la verde vida y el cosmos
multicolor de donde florece la memoria que nos sustenta.
Berenice Guadarrama Flores
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