«…
Hermanos de sangre. No importaban los cataclismos sentimentales, diferencias
generacionales o posiciones geográficas… Más allá de gustos e intereses, les
unía una lengua común con múltiples acentos. Cada uno mordía del otro palabras,
frases, localismos, para enriquecer su idioma propio…» (pág. 108, Julián Despaigne
Rodríguez).
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