EL REGRESO
La oscuridad de la noche nos envuelve entre sus
sombras. No hay sonido, ni movimiento, ni rastros de vida. Solo nosotros,
nuestra respiración entrecortada, tensa, arrebatada. La incertidumbre de lo que
vendrá, del regreso a la rutina, de lo cotidiano nos asalta como el despertar
inoportuno de un ensueño. No se observa, ni cerca ni lejos, un vestigio de luz
que nos guíe, que nos dé esperanza de cobijo, que aminore la angustia del final
que nadie se atreve a admitir, ni siquiera para sí mismo. Incluso la luna,
ingrata o no, ha preferido ocultar su rostro. Columnas de árboles solitarios
escoltan la ruta, entre murmullos de pájaros casi imperceptibles y susurros de
insectos nocturnos. Campos enteros de silencios y soledades van quedando atrás,
dejando cautivos secretos de viajeros desamparados entre las profundidades de
la noche. Cuesta recrear sin esfuerzo el ruido constante de la brisa del mar al
que nuestros oídos estaban habituados, ni puede evocarse con nitidez la imagen
de las olas incansables que rompían majestuosas, poderosas, implacables contra
el acantilado. La naturaleza se enseñaba allá libre, salvaje, indomable,
haciendo alarde de toda su grandeza. Quedan apenas retazos, postales de
momentos pretenciosos de inmortalidad que aspiran a escapar del inexorable
olvido. Retener trozos de felicidad en la lente de nuestros ojos, inmunizarlos
de la epidemia de la amnesia, conservarlos intactos en el corazón, esa parece
ser la estrategia.
Regresamos, sí. Aunque ya no somos los mismos
que alguna vez partimos.
Silvia Bustos Baracchini
Contadora
Nacida en MENDOZA (Argentina)
Su vocación es escribir
(XIII Antología)
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