BRUMAS DEL TIEMPO, LUCES DE FUTURO
En las largas tardes de
invierno, la noche pronta, la bruma baja, me asomaba al mar tras un cristal
empañado en cuyo vaho había hecho un agujero con el dorso de la mano. Sobre la
mesa quedaba abierto un libro con el que había viajado muy lejos, siglos en el
tiempo, millas marinas en la distancia. En él un grupo de marinos, capitaneados
por Juan Sebastián Elcano, un hijo de aquel mar cántabro y bravío, completaban
la vuelta al mundo y regresaban cargados de experiencias y de especias. El
mundo se comprimía, se completaba la esfera, se globalizaba y nuevos caminos,
dibujados como estelas en las aguas marinas, se abrían en todas direcciones de
la rosa de los vientos.
Podía imaginar, sentir
incluso, viendo las oscurecidas olas en los rompientes que defienden el puerto
y escuchando el viento batir los mástiles y flamear las banderas, el arrojo
derrochado y los sufrimientos soportados por aquellos marineros quinientos años
atrás.
La luz intermitente del faro
barría la oscuridad y rajaba con dificultad la niebla. Parecía escribir en la
calígine con invisible caligrafía. Tan evanescente como la imaginación que se
desborda con la lectura y con la remembranza del ayer. Tan difícil de
interpretar como los mensajes que las luces del futuro, hitos del porvenir, nos
transmiten para que emprendamos las circunnavegaciones del mañana hasta
completar la construcción de la esfera de la universalidad, hasta alcanzar la
perfecta unión entre la particularidad de cada uno y la inmensidad de lo
absoluto.
Lancémonos al mar de la vida,
rompamos las amarras mentales y naveguemos guiados por fanales pretéritos cuya
luminosidad se proyecta hacia el devenir. El océano del poderoso destino
manifiesto de la hispanidad nos espera orlado de idioma, cultura y fe.
(XIII Antología)
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