El 20 de septiembre de 1519
Sanlúcar
los despidió engalanada,
con su mejor traje y sonrisa
a orillas del río y del mar.
¡Allí de rodillas, rezaron a
Dios!,
pedirían a ese Dios que todo
lo ve,
que todo lo puede, que creó
este mundo,
que los protegiese de los
peligros del viaje,
que los devolviese sanos y
salvos a sus casas,
donde sus esposas e hijos los
esperaban con ilusión.
Allí, esos aventureros,
esos capitanes intrépidos,
se presentarían dubitativos a
cristianos sacerdotes
y bajo el secreto de confesión
se arrepentirían de sus
pecados marineros,
y contentos abandonarían
aquellos muros,
sabiendo, como todos sabemos,
que nuestra vida está en manos
de Dios.
En sus cuellos, en sus pechos,
lucirían
crucifijos o medallas de la
Virgen
a la que prestaban devoción,
y de vez en cuando, al igual
que yo, rezarían
un padrenuestro o un avemaría
con pasión.
Un público entusiasta gritaba
eufórico en su partida,
y cuando las velas de los
navíos desaparecieron
pensativos se preguntarían
si vivos volverían.
¡La vida es extraña, un
misterio desconocido!,
dieciocho de esos marineros,
tres años más tarde,
finalizaron con éxito la
primera circunnavegación,
famélicos, enfermos, vestidos
con harapos,
allí de rodillas, rezaron a
Dios!
Tras padecer todo tipo de
penalidades
con rostros demacrados
mirarían
a esos mismos espectadores,
que nuevamente los aplaudían,
y que entre gritos y vivas de
emoción
estarían maravillados por el
regreso de la expedición;
y ese día nadie en Sanlúcar
durmió,
y los que encendieron velas
pudieron
acercarse a las iglesias y
apagarlas,
y rezar de rodillas ante las
tallas de Dios,
y santiguarse repetidas veces,
y tras rezar el rosario y
dieciocho padrenuestros
agradecer a Dios el milagro de
la salvación.
Israel J. Burgos Muñoz
Militar de profesión
ALCALÁ LA REAL (Jaén)
(XIII Antología)
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