SEVILLA, 4 DE AGOSTO DE 1527
Muy alto, poderoso, católico príncipe, invicto
emperador y señor nuestro:
Con esta misiva le quería comunicar a vuestra alteza
el fallecimiento hace un año de mi amado esposo Juan Sebastián. Me han relatado
los compañeros que compartieron con él su agónico final, que sufrió mucho y que
murió entre fuertes dolores y convulsiones, pero siempre nombrando a Dios, a
España y a vuestra merced.
Siempre fue de naturaleza inquieta y aguerrida,
temeroso de Dios, devoto esposo y padre esquivo. Desde muy joven se sintió
atraído por la mar, escuchaba sus cantos de sirena de forma constante, sentía
curiosidad por lo que se ofrecía allende los mares, hasta que esos cantos lo
atraparon y yo lo perdí para siempre.
Heredó el espíritu aventurero de sus
antepasados, la bravura de los marineros vascos y la hidalguía castellana, su
sangre bullía cada vez que sus pies tocaban los suelos de madera de alguna nao.
Se sentía más cómodo con los vaivenes que le deparaban las olas que en la
quietud que le ofrecía el suelo firme.
Su mayor motivación, lo que fue fraguando su
carácter hosco y distante, siempre fue conquistar el mayor número de tierras
para la Corona, hacerla más grande, la más poderosa de toda Europa, llevar la
palabra de Dios, la religión verdadera a los infieles y extender España al
Nuevo Mundo, nuestras costumbres, nuestra cultura, nuestro idioma, hacer
Españas también en ultramar, bajo el manto de nuestro imperio.
Fue valiente, aventurero, buen castellano y mejor
cristiano, también fue rudo, distante, egoísta y pendenciero. Lo amaba así,
aunque siempre prevaleció en él el amor a Dios, a España, al rey y a sí mismo.
Sierva y servidora de su ilustre majestad
María Hernández Dernialde
Viuda de Juan Sebastián Elcano
Gema Valdericeda Falcó
Licenciada en Comunicación Audiovisual
FUENLABRADA (Madrid)
Amante de las palabras
(XIII Antología)
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