MI IDIOMA
El
pueblo, mi pueblo, parece actualmente como si hubiera despertado de un
ancestral letargo y asimilado de golpe el correr precipitado y contundente de
la tecnología. Gasto, perjuicio social, música proterva. Mas para mí no siempre
fue así, transcurrió mi infancia en años donde todo parecía mantener el mismo
lugar, el mismo precio, no había televisión solo la radio, se asistía los
domingos al fútbol o al cine y por supuesto a misa.
Sobre todo tenía tiempo, tiempo dedicado en
buena parte a la lectura promovida por mis padres y especialmente por mi abuelo
cuya biblioteca fue fundamental para incursionar en la magia del mundo de los
libros. Entonces me perdía en la lectura de las poéticas historias de Rulfo,
que en la temática se parecían a los relatos de mi pueblo, en la poesía de
Bécquer, de García Lorca. Tuve también la fortuna de tener acceso a una gran
riqueza cultural derivada de la convivencia diaria con la gente del pueblo, de
donde conocí los relatos de misterio, los aparecidos, lo oculto, lo adverso. De
esa forma aprendí otra parte del lenguaje, el lenguaje florido, el del pueblo,
vocablos de náhuatl y arcaísmos. A mi padre le encantaba la poesía y le gustaba
mi forma de interpretar los poemas, por lo que me otorgaba una atractiva
recompensa por cada poema aprendido e interpretado, esto adicionalmente me
trajo por aquellos días la complicación de deambular con un particular efecto
rítmico y rimado, despierta y dormida. A la postre me dejó el amor por el dulce
sonido del idioma español, mi idioma. Sonido nutrido con los matices de aquí y
de allá, dulces matices del español de estas tierras que facen
sonidos particulares que «facen Españas».
Martha J. Arias Merino
Doctora en Ciencias
TECOLOTLÁN, JALISCO (México)
(XIII
Antología)
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