CRISOLES
Hace
mucho tiempo, cuando aún no había cumplido los seis años, un domingo, mi madre
me compró una mandarina hecha de gajos de caramelo, un tesoro. Después fuimos a
un parque cercano a casa. En los columpios, el acento de una pequeña que
cantaba al balancearse llamó mi atención. Mi madre se sentó en sus rodillas y
me dijo: «Puede que tengas las manos pequeñas como tu abuelo materno y el
corazón grande como la abuela. Que ese pelo ensortijado y las pecas o que tus
pies planos encuentren su origen en los genes paternos, y que de tu madre hayas
heredado el timbre de tu voz, el color de sotobosque de tus ojos y los hoyuelos
que enmarcan esa sonrisa con la que me observas. Pero eres mucho más. Eres un
crisol de historia. En el azabache de tu cabello, luces destellos de los
iberos, y en el perfil de tu nariz hay huella etrusca. Serás alto y fuerte como
un celta, tendrás el ingenio del pueblo griego y las dotes para el comercio de
los fenicios. Ese color de los hijos de los Omeya en la piel, esa fuerza visigoda,
esa elocuencia latina. Sí, tú también eres mestizo. Lo soy también yo. Todos
somos crisoles. Ahora, hijo mío, corre a compartir tus dulces con esa niña». Mi
madre estaría orgullosa de saber que seguimos compartiendo caramelos y tesoros:
ese par de niños en los que la historia de la humanidad sigue escribiendo sus
páginas.
Paloma Hidalgo Díez
Nacida en MADRID, reside en Alcalá de Henares
Es de ciencias porque estudió Químicas, y de letras porque no puede vivir sin leerlas y sin escribirlas
(XIV Antología)
Nacida en MADRID, reside en Alcalá de Henares
Es de ciencias porque estudió Químicas, y de letras porque no puede vivir sin leerlas y sin escribirlas
(XIV Antología)
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