ENTREGAR LA VIDA A OTRAS MANOS
Hoy México amaneció
brillante. Era mi gran día, afirmaban todos. Atrás quedaron las cursatorias que
me habían concedido el bachiller. Por mi carácter y temple hubiera sido
suficiente. Pero mi padre, doctorado con honores en Salamanca, ostentaba un
gran cargo y quería que yo le sucediera en él, sin vacilación ni cavilación
alguna, a pesar de no tener yo ni interés ni aptitud de manejo. Había demasiado
en juego para un criollo como yo.
Salí de casa con un séquito, pulidamente vestido,
que me acompañaría desde el inicio de mi ceremonia, pasando por la casa del
rector hasta la del virrey y llegando a la catedral donde realizaría la lección
crucial para adquirir un grado mayor.
Me
temblaban todos los huesos. Notaba la mirada severa de un ejército de
juzgadores que no estaban dispuestos a ser contravenidos ni decepcionados. Me
dispuse en el lugar destinado para ello y me entregué al ritual de paso. Recé
para mis adentros, rogando a Dios me ayudara en ese aprieto; y más no puedo
decir, pues no recuerdo ni una palabra de lo que expuse a los presentes.
Solo
observé alboroto al final de mi discurso, alboroto comedido, ¡claro está! Le
siguió un largo silencio en la deliberación. Se alzó el mismo virrey a
presentar sentencia. Resultó ser una aprobación inesperada que me catapultaba
lejos de lo previsto. Y mi vida perennemente concertada viró en dirección
opuesta al despacho familiar y acalló de golpe cualquier pasión que en mí
pudiera existir.
Al día siguiente México
amaneció lloviendo, me dirigí sin entusiasmo al despacho del rector donde
emprendería una vida insospechadamente apasionante que me transformaría, sin yo
decidirlo, en el hombre que hoy soy.
(XV Antología)
No hay comentarios:
Publicar un comentario