«… Cuando estaba casi
ahogado, apareció mi salvador. Me llevó ante el capitán a empujones, como
mercancía, mientras me apuntaba con su arma de corsario. Raudo, entinté la
pluma que descansaba en su escritorio y comencé a redactar lo que juré que ya
era mi contrato de esclavitud: “Talavera es patria mía y de mi padre y madre. Estirpe
perteneciente por siempre a ella, y será la única”. Conseguí así ser liberado y
encontrar mi labor de vida en la Escuela de Salamanca» (pág. 86, Soraya Ratón
Díaz, «Leyendas de Albornoz»).
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