«… No
sabía el bueno de fray Luis… que con el correr de los siglos hasta esta fachada
de la puerta de su universidad, orgullo del plateresco, vendrían a rendir
tributo de todas partes del orbe gentes de bien conscientes de la gran labor
que iniciara en esas aulas el preclaro Martín de Azpilcueta y que se conocería
como Escuela de Salamanca y acabaría influyendo en las conciencias de Europa y
el Nuevo Mundo y que fue precursora y garante de los valores y derechos de
todos los pueblos…» (pág. 98, Manuel
Laespada, «Reflexiones de un batracio»).
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