ANTOLOGÍA 2022: ELLA
ELLA
A su tumba no llevaron flores, y una lápida mal
esculpida rezaba un nombre que no era el suyo. Hasta eso le arrebataron. Lucía
de Medrano nació siendo Luisa, primera catedrática en la Escuela de Salamanca,
y cenizas por empeño de Carlos I, que la borró de las efemérides solo por ser
mujer.
Un libro roído, por el polvo y el tiempo, me habló por
primera vez de ella. De sus ojos que no envejecían. De una sonrisa que
alumbraba hasta los días grises. Pero su rastro era un Guadiana que iba y venía
por archivos y bibliotecas de todo el país.
Dos años tardé, pincelada a pincelada, en recomponer
su figura, rebautizada con varios nombres por el afán de burlar la censura. De
epístolas en latín a tomos amarillentos me hablaban de una poetisa que, con su
don de la palabra, se ganó a los mecenas, llegando a sustituir a Antonio de
Nebrija como maestra, pese a las incomprensiones y recelos de la época.
En sus clases de Gramática, la lingüística solo era
una gota en el océano. Ella hablaba de sueños y futuros, del hermanamiento
entre fronteras, de respeto y tolerancia. De los viajes a América, del rol de
la mujer en la sociedad, del derecho natural a nacer libres.
«Una mente moderna en un mundo aún antiguo», como
decía su amigo Lucio Marineo, erudito italiano que compartió con ella docencia
en Salamanca. Fue un escrito de este el que me llevó hasta Atienza, a un
camposanto apartado que yace en una ladera.
Una suerte de Elíseo donde, a día de hoy, aún descansa
Luisa. Y allí, inclinándome ante su sepulcro, le di el sepelio que le
arrebataron. Le susurré que tanto esfuerzo había valido la pena. Que logró
aquello que expresó en su última carta, aquella que invocaba: «El día que falte
espero haber dedicado al mundo todas mis enseñanzas. Y, aunque borren mis
huellas, no podrán eliminar mi corazón ni mi verbo de mi amada España».
Daniel Somolinos
Periodista
Tercer Premio Orola en
2012
(XVI Antología)
No hay comentarios:
Publicar un comentario