lunes, 16 de octubre de 2023

DÍA DE LAS ESCRITORAS

 EL ÁRBOL QUE NO DEJA VER EL BOSQUE
 
Desde 2016, el lunes más cercano al 15 de octubre se colma del eco de palabras embozadas. De voces cercenadas que se abren paso a empellones desde los arrabales de la historia. Del estruendo sordo de murallas desplomándose a cámara lenta. Arrullado por estos tambores de guerra incruenta, el Día de las Escritoras reivindica en el aniversario de su muerte a la figura cumbre de la mística y uno de los puntales del Siglo de Oro: santa Teresa de Jesús. Y con ella, a todas aquellas mujeres que se lanzan a crear belleza diluyendo el silencio blanco del folio, en una ardua carrera de fondo contra roles de género y estereotipos anquilosados.  
Sin embargo, el legado de Teresa de Ávila ha ayudado a alimentar una paradoja sangrante: lejos de ejemplificar el talento femenino, el pensamiento monolítico y una caterva de crónicas miopes y torticeras la convirtieron durante siglos en la excepción que confirmaba la regla. En una rareza digna de estudio y no en un faro para aquellas niñas que aspiraban a surcar el mar proceloso de las letras en la edad adulta. El resultado no pudo ser más contraproducente. Invito a quien lea estas líneas a comprobarlo, anotando, sin echar mano de Google, el nombre de mujeres que despuntasen en la literatura medieval y los albores de la Edad Moderna europea.
 
La buena noticia es que, detrás de este ejercicio descorazonador, subyace una mentira disfrazada de certeza inquebrantable. Nada más lejos de la realidad: antes de santa Teresa, otras mujeres vertieron su genialidad sobre una tabula rasa de pergamino y de sueños. Para dar con ellas, basta con embarcarse en un viaje en el tiempo, no así el espacio geográfico; lo que hoy es territorio español ya contaba con escritoras de renombre en el Medievo.
 
La casuística es generosa: en al-Ándalus, se ha documentado la obra de Lubna de Córdoba (¿† 984?) y Wallada bint al-Mustakfi (entre 994 y 1010-1091), intelectuales que ejercieron una notable influencia en la corte califal. Más adelante, Castilla vería nacer a Leonor López de Córdoba y Carrillo (1362 o 1363-1430), quien llegó a ser valida de la princesa inglesa Catalina de Lancaster, mientras que Valencia haría lo propio con la religiosa Isabel de Villena (ca. 1430-1490), primera autora conocida en lengua valenciana o catalana y autora de Vita Christi, donde combina la prosa religiosa con una valiente defensa de los derechos de la mujer. También escribió en catalán Estefanía de Requesens i Roís de Liori (ca. 1504-1549), noble barcelonesa que rubricó un interesante epistolario, mantenido con su madre desde palacio. Tampoco hay que olvidarse de la vallisoletana Beatriz Bernal (1501/1504-1562/1586), considerada la primera escritora española con conciencia literaria. Suya es la novela de caballerías Cristalián de España, publicada en 1545. Allanaba así el camino al culmen del género, editado seis décadas después y de cuyo nombre no hace falta acordarse.
 
Pero estas mujeres no fueron las únicas en tomar el cálamo en estas latitudes. Entre los siglos xii y xiii, y basculando entre el norte de Italia, el sur de Francia y Cataluña, las llamadas trobairitz desafiaron las normas del amor cortés. Hay constancia de una veintena de estas trovadoras en lengua occitana, entre las que destacaron Alamanda de Castelnau, Azalais de Porcairagues, Catelloza, Garsenda de Proença, Gormonda de Monpeslier, Maria de Ventadorn y Tibors de Sarenom.
 
Ahora bien, sería un error pensar que el sur de Europa es un caso único. Incluso China —un país férreamente condicionado por las férreas relaciones jerárquicas establecidas por Confucio, que preconizaban la superioridad del hombre sobre la mujer— ha sido testigo de la valía de escritoras como Xue Tao (768-832), Li Qingzhao (¿1081?-¿1154?), Tang Wan y Zhu Shuzhen (ambas activas entre los siglos xii y xiii) y  Huang E (1498-1569), entre otras.
 
Aun así, y más de cuatro siglos después de exhalar su último aliento en tierras salmantinas, santa Teresa, actual patrona de las escritoras, sigue siendo el árbol que no deja ver un tupido bosque en el que la creatividad tuvo, y tiene, nombre de mujer. Igual que la primera persona conocida que se dedicó a la literatura: la poetisa acadia Enheduanna​ (2285-2250 a. C.)​.
 
 
 
Cèlia Roca Martín nació en Barcelona en 1980. En el año 2022 fue la ganadora del Premio Orola. Licenciada en Periodismo, en Humanidades y en Estudios de Asia Oriental. Titulada en diversos posgrados y másteres relacionados con la comunicación, el marketing, la psicología y la cultura Ha colaborado con medios de comunicación y editoriales (La Vanguardia y Planeta) y trabaja como responsable de prensa en el grupo de empresas tecnológicas GPAINNOVA. Ha recibido varios premios y reconocimientos literarios. Tiene página web propia: Página web: www.celiarocamartin.com. Es coautora de unas cincuenta antologías de relatos y poemas. Actualmente está a punto de publicar su primer libro en solitario.




 
 
 
 
 
 

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