EL ÁRBOL QUE NO DEJA
VER EL BOSQUE
Desde
2016, el lunes más cercano al 15 de octubre se colma del eco de palabras
embozadas. De voces cercenadas que se abren paso a empellones desde los
arrabales de la historia. Del estruendo sordo de murallas desplomándose a
cámara lenta. Arrullado por estos tambores de guerra incruenta, el Día de las
Escritoras reivindica en el aniversario de su muerte a la figura cumbre de la
mística y uno de los puntales del Siglo de Oro: santa Teresa de Jesús. Y con
ella, a todas aquellas mujeres que se lanzan a crear belleza diluyendo el
silencio blanco del folio, en una ardua carrera de fondo contra roles de género
y estereotipos anquilosados.
Sin embargo, el legado de Teresa de Ávila ha ayudado a alimentar una paradoja sangrante: lejos de ejemplificar el talento femenino, el pensamiento monolítico y una caterva de crónicas miopes y torticeras la convirtieron durante siglos en la excepción que confirmaba la regla. En una rareza digna de estudio y no en un faro para aquellas niñas que aspiraban a surcar el mar proceloso de las letras en la edad adulta. El resultado no pudo ser más contraproducente. Invito a quien lea estas líneas a comprobarlo, anotando, sin echar mano de Google, el nombre de mujeres que despuntasen en la literatura medieval y los albores de la Edad Moderna europea.
La
buena noticia es que, detrás de este ejercicio descorazonador, subyace una
mentira disfrazada de certeza inquebrantable. Nada más lejos de la realidad:
antes de santa Teresa, otras mujeres vertieron su genialidad sobre una tabula
rasa de pergamino y de sueños. Para dar con ellas, basta con embarcarse en un
viaje en el tiempo, no así el espacio geográfico; lo que hoy es territorio
español ya contaba con escritoras de renombre en el Medievo.
La
casuística es generosa: en al-Ándalus, se ha documentado la obra de Lubna de
Córdoba (¿† 984?) y Wallada bint al-Mustakfi (entre 994 y
1010-1091), intelectuales que ejercieron una notable influencia en la corte
califal. Más adelante, Castilla vería nacer a Leonor López de Córdoba y
Carrillo (1362 o 1363-1430), quien llegó a ser valida de la princesa
inglesa Catalina de Lancaster, mientras que Valencia haría lo propio con la religiosa
Isabel de Villena (ca. 1430-1490), primera autora conocida en lengua
valenciana o catalana y autora de Vita Christi, donde combina la prosa
religiosa con una valiente defensa de los derechos de la mujer. También
escribió en catalán Estefanía de Requesens i Roís de Liori (ca.
1504-1549), noble barcelonesa que rubricó un interesante epistolario, mantenido
con su madre desde palacio. Tampoco hay que olvidarse de la vallisoletana Beatriz
Bernal (1501/1504-1562/1586), considerada la primera escritora española con
conciencia literaria. Suya es la novela de caballerías Cristalián de España,
publicada en 1545. Allanaba así el camino al culmen del género, editado seis
décadas después y de cuyo nombre no hace falta acordarse.
Pero
estas mujeres no fueron las únicas en tomar el cálamo en estas latitudes. Entre
los siglos xii y xiii, y basculando entre el norte de
Italia, el sur de Francia y Cataluña, las llamadas trobairitz desafiaron las
normas del amor cortés. Hay constancia de una veintena de estas trovadoras en
lengua occitana, entre las que destacaron Alamanda de Castelnau, Azalais de
Porcairagues, Catelloza, Garsenda de Proença, Gormonda de Monpeslier, Maria de
Ventadorn y Tibors de Sarenom.
Ahora
bien, sería un error pensar que el sur de Europa es un caso único. Incluso
China —un país férreamente condicionado por las férreas relaciones jerárquicas
establecidas por Confucio, que preconizaban la superioridad del hombre sobre la
mujer— ha sido testigo de la valía de escritoras como Xue Tao (768-832),
Li Qingzhao (¿1081?-¿1154?), Tang Wan y Zhu Shuzhen (ambas activas entre los
siglos xii y xiii) y Huang E (1498-1569), entre otras.
Aun
así, y más de cuatro siglos después de exhalar su último aliento en tierras
salmantinas, santa Teresa, actual patrona de las escritoras, sigue siendo el
árbol que no deja ver un tupido bosque en el que la creatividad tuvo, y tiene,
nombre de mujer. Igual que la primera persona conocida que se dedicó a la
literatura: la poetisa acadia Enheduanna (2285-2250 a. C.).
Cèlia Roca Martín nació en Barcelona
en 1980. En el año 2022 fue la ganadora del Premio Orola. Licenciada en
Periodismo, en Humanidades y en Estudios de Asia Oriental. Titulada en diversos
posgrados y másteres relacionados con la comunicación, el marketing, la psicología y la cultura Ha colaborado con
medios de comunicación y editoriales (La Vanguardia y Planeta) y trabaja como
responsable de prensa en el grupo de empresas tecnológicas GPAINNOVA. Ha
recibido varios premios y reconocimientos literarios. Tiene página web propia:
Página web: www.celiarocamartin.com. Es coautora de unas cincuenta antologías de relatos y
poemas. Actualmente está a punto de publicar su primer libro en solitario.
Sin embargo, el legado de Teresa de Ávila ha ayudado a alimentar una paradoja sangrante: lejos de ejemplificar el talento femenino, el pensamiento monolítico y una caterva de crónicas miopes y torticeras la convirtieron durante siglos en la excepción que confirmaba la regla. En una rareza digna de estudio y no en un faro para aquellas niñas que aspiraban a surcar el mar proceloso de las letras en la edad adulta. El resultado no pudo ser más contraproducente. Invito a quien lea estas líneas a comprobarlo, anotando, sin echar mano de Google, el nombre de mujeres que despuntasen en la literatura medieval y los albores de la Edad Moderna europea.
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