ORACIÓN
FÚNEBRE
Desde Alcalá nos llega la noticia de que el
pasado 2 de julio murió Antonio Martínez de Cara y Jarana, aquel que honró a
sus antepasados eligiendo el praenomen de Elio y quien en su apellido llevará a su tierra siempre,
Nebrija.
Aunque toda su vida le preocupó que el pueblo
no conociera las palabras, y por eso se empeñó en enseñárnoslas, le angustió
aún más que no supiéramos qué hacer con ellas.
Adelantado a su tiempo, antes de Erasmus, fue
bolonio. Antes de Auschwitz, se dedicó a debelar la barbarie. Antes de la inteligencia
artificial, usó el ingenio natural para leer las letras en el papel, el texto
en el libro, las palabras en la lengua y el corazón, las estrellas en el cielo.
Fue maestro universal en Bolonia, en Salamanca,
en Alcalá. Hoy, grammaticus
semper, da nombre a una institución universitaria.
Escribió una gramática vernácula para una
reina, editó unas introducciones latinas para un maestre, tradujo una escritura
sagrada trilingüe para un cardenal.
Como discípulos, debemos honrar su memoria
educando a las nuevas generaciones sin violencia, así lo dejó bien escrito,
pues la letra no entra con sangre. Como lectores, releamos su salutación a la
tierra que lo vio nacer, a la casa, la parva domus, en la que se crio, más
emocionante que la optimista de Darío y mucho menos fatal. Como hablantes,
disfrutemos del romance en el que canta, habla y vive el pueblo, porque tiene
más autoridad y belleza que la prosa de los poderosos, más verdad que las leyes
en letra pequeña, más compasión que sus esdrújulas y anglicismos.
En el principio, la palabra y la carne.
Gracias, dómine Nebrija. Sic tibi terra levis!
Javier
Izcue Argandoña
(XVIII Antología)
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