SERES
¿Qué
diría Nebrija de la inmovilidad?
Romper
las normas y crear es de valientes: Ana lo sabe y por eso decidió jugar con el
alumbramiento gramatical nebrijano que terminó hermanando a millones de mujeres
y hombres. ¡Sí! El castellano se convirtió en patrimonio cultural, axiológico y
sobrevive porque el gran humanista español sabía que la salud lingüística
depende de la tolerancia y el poder de seducción con que las nuevas
generaciones la acepten.
Y
no es que Ana quiera quebrantar las reglas. Dentro de sus virtudes para nada
figura la omnipotencia.
—No
deseo ese don —asegura con su peculiar manera palindrómica de hablar.
En
la libertad de la palabra encontró mi hermana su propia identidad. A pesar de
sus nueve años, escribe libros de principio a fin para que, luego, se los
publiquemos de fin a principio.
—Son
libros completamente distintos. Sotnitsid etnematelpmoc sorbil nos —dice y
hasta los maestros la tildan de caprichosa o la creen loca. Algunos editores la
frenan—. ¿Somos o no somos? En tiempos de mi padrino Aelius Antonius Nebrissensis,
la Inquisición me hubiera quemado viva. Él se salvó de la hoguera y yo no le
tengo miedo a la censura. Nebrija lo explicó: «Un niño no es una pequeña fiera
que hay que domar, sino una obra de arte divinamente comenzada que hay que
continuar y acabar, siguiendo las indicaciones de la naturaleza».
Ana
aprendió mucho en su otra vida, cuando se llamaba Francisca e impartía clases
en la Cátedra de Retórica de la Universidad de Alcalá. Sabe que las palabras le
darán permiso para instalarse en el mundo... Y si tú no lo sabes, amigo lector,
ella te dará detalle.
Miguel Barroso
Hernández
Nacido en Cuba en 1980,
reside en Veracruz (México).
Licenciado en
Comunicación Social.
Escritor y artista
plástico. Actualmente, profesor del Taller de Arte y Escritura Creativa Miró.
Premios: ganador
del concurso de literatura Félix Pita Rodríguez (2005) con la novela Silencios del alma,
Editorial Unicornio.
(XVIII Antología)
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