LA LEY DEL CONQUISTADOR
Visitamos al poeta Cuauhtémoc Alcalá en Chihuahua. Su
casa es una cajita de rejas blancas como una cárcel de juguete. En el patio
agoniza una higuera raquítica y polvorienta.
—Me subiré a ella si oigo que se acerca un mesías
—bromea.
El barrio se desparrama a la sombra del cerro Grande en
una ciudad con horizontes de polvo.
—Llegué aquí
—explica— por purito azar, pero este sitio es una metáfora. Está entre las
calles Pedro de Oliveira y Leopold von Ranke. Oliveira era un portugués
estudioso de Camoens, valorado por Unamuno y aquella generación del 98 que se
refugió en su caparazón ibérico cuando perdió las últimas colonias. Ranke era
un historiador prusiano; creía que Europa se había fundado sobre el conflicto
entre latinos y germánicos. Rechazaba la historiografía oficial y promulgaba la
empírica, los documentos, los testigos, no las doctrinas. —El poeta nos señala
su calle, descalabrada y cenicienta, y continúa—: Y esta es la calle de Antonio
Martínez, que allá todos conocen como Nebrija, el que compuso la Gramática.
En una carta que le escribió a la reina Isabel, que no tenía buena opinión del
libro, la defendía como herramienta civilizadora: «… Con la conquista vendrá la
necesidad de aceptar las leyes que el conquistador impone a los conquistados,
entre ellas el idioma y con este libro mío podrán aprenderlo».
Del cerro baja un aliento de horno. La piel oscura del
poeta tiene un brillo de charol, entorna los ojos almendrados. También él es
una metáfora de las encrucijadas de la sangre.
—Razón tenía Ranke en lo del conflicto, si miramos
nuestra frontera norte. Muchos cuestionan la colonización española aquí.
Discutible es, pero prefiero la Gramática de Nebrija a
las leyes de Colt y Lynch que aplicaban nuestros vecinos.
Después de tres décadas en el vientre del gran pez, ha regresado a la arena. Debería levantar la voz contra tanta iniquidad, apuntar con el dedo acusador tanta injusticia, pero está ya viejo para meterse en pleitos. Disculpadle.
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