martes, 2 de marzo de 2010

Terremoto en Chile

5 de la mañana en Santiago.
En mi teléfono móvil, una llamada de mi hija.
"Papá, estoy en la calle, en pijama. Ha habido un terremoto. Esto es horrible.
No preocuparos, estoy bien."
Y su voz entrecortada termina:
"...apenas tengo batería y quiero llamar a mis niños. Un beso."

Es mi hija, trabajando allí. A más de diez mil kilómetros de distancia, sola, pasando los 3 minutos más espantosos de su vida y llamando, vivenciando, su amargo trago, con sus raíces, no telúricas, pero sí esenciales: sus padres y sus hijos.
Y yo sin poder hacer nada.

Eso es todo, a 27 de febrero de 2010.

Nos han mandado "vivencias" desde Chile, de San Salvador en concreto, antes de la catástrofe, pero ésta parece premonitoria, y por eso os la transcribimos.

SILENCIO

Hubo un silencio furibundo.
O, más bien, líneas paralelas
de rieles infinitos
yendo a no sé dónde.
Un histérico grito enmudecido hubo,
una ruda expresión analfabeta,
una interjección mayúscula
abruptamente silenciada,
un decir estupefacto,
ebrio, en medio
de la nieve alba y virginal,
que acalló presurosa
los truenos constreñidos
en su alma de volcan.

Sin embargo, como siempre,
a los silencios sólo responde,
raudo, el ruidoso eco
del silencio que ensordece.


Desde aquí queremos enviar toda nuestra solidaridad al Pueblo Chileno en estos momentos tan trágicos y devastadores.

Saludos

Fernando Orlando

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