viernes, 20 de agosto de 2010

EL SILENCIO DEL MIEDO

Fernando Pérez Villan, de San Sebastián


Era una mañana cualquiera, en un pueblo cualquiera de nuestra amargada tierra, un grupo de personas se encontraban haciendo cola para sacar dinero de un cajero automático, en una entidad bancaria atacada con cócteles molotov. Nadie hacía ninguna indicación de lo ocurrido excepto una señora que, mirando a su marido, le preguntaba por lo ocurrido. Los ojos cerrados de éste y una mueca de resignación fueron toda la respuesta.

Te vas de allí sabiendo lo que todo el mundo conoce, no hacen falta juicios para demostrar nada, ni abogados eficaces que creen una duda jurídica razonable.
Callamos y nos vamos a casa tranquilos de que, los que dicen hacer la guerra contra el estado, no se hayan fijado en nosotros, y “solo” coaccionen y amenacen a cualquiera que se atreva a discrepar públicamente.

Pasan los días pero la indignación ya no desaparece, una pregunta absurda martillea mi cabeza, “por qué llevo tanto tiempo mirando hacia otro lado”, cuál es la razón por la que continúo viviendo atemorizado, sin atreverme ni tan siquiera a mirar a los pocos que se levantan contra tanta infamia, gente digna que intenta que nuestros hijos lleguen a conocer nuestro miedo, únicamente, a través de los libros de texto.

Bueno creo haber acabado de decir cosas que seguramente no leerá nadie, no sea que desde mi nombre descubran que soy un hostigador a sueldo del estado opresor, un fascista en contra de la construcción nacional, o simplemente un traidor. Aunque hoy quizás no ejerza de cobarde ni deje que el miedo calle de nuevo mi voz, tengo los años y la indignación suficiente para librarme de él, al final siempre será un honor que te comparen con esas personas que no consiguen silenciar.

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