jueves, 12 de agosto de 2010

NASCITURUS

Viviana Hernández Milane, de Paracuellos del Jarama, Madrid


Ocupaste mis entrañas durante semanas. Te alimenté. Te cuidé. Te hablé. Te ayudé a crecer en mis adentros.
Te mimaba cada día una y mil veces desde mi piel tensa y redonda.
Tú me respondías acariciando mi interior con tus aleteos tenues, suaves, ingenuos, puros.
Rezumaba amor mi alma. Y la tuya ya.
Aquella tarde en un Buenos Aires gris, decidiste abrazarme desde fuera.
Trabajamos juntas durante largas horas extenuantes de espasmos y menguas alternados.
Gritos interrumpidos de ansiedad por verte.
Un líquido denso y caliente me bañó las piernas, y sentí tu vacío, y ví tus ojos, tus deditos, y empecé a amarte aún más.
Te dí la vida, y tú me la devolviste incondicional, activa, lisonjera.
Mis pechos desaguaron en ti, y resultaste agradecida, la mejor hija que se puede tener, la bien nacida.

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