Así pasan las cosas simples, una mañana notas el peso
de una mirada en tu flequillo mientras tú te concentras en engullir una porra chorreante de café. Cuando acabas de tragar
y te limpias el reguerillo que te cae por la barbilla,
miras hacia la mirada que te estaba esperando
y comienza una partida de ping-pong inesperada.
Me mira, le miro y luego, ¿qué? Escapo porque es lo correcto,
pero me llevo sus pupilas clavadas en la espalda.
Por la tarde descubro sus ojos verdes en el coche que a mi lado espera el semáforo. Las partidas de ping-pong son diarias.
Y no se me olvida que sólo es visual, pero insisto, es contacto.
Él acaricia mis ojos.
Porras, cafés, miradas… Las mañanas amanecen diferentes.
Escrito por:
Susana Obrero TejeroMaestra de Primaria
MADRID
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